El neurotransmisor dopamina se encarga de premiar dentro de nuestro circuito de recompensa. La generamos cada vez que consideramos que tenemos un logro, con cada celebración. Cada vez que nos activamos para lograr algo en nuestra vida. Esto nos genera sentimientos de optimismo y entusiasmo. También interviene en sentimientos tales como la Felicidad (que en particular tiene un porcentaje de dopamina y otro de serotonina) y la plenitud.
Siempre que tengamos acciones que nos generan este tipo de sentimientos y generemos dopamina vamos a querer hacer eso que nos hace bien, por ende, vamos a querer repetir y tener mas logros.
En este punto también es importante tener en cuenta que se activa también con drogas como la cocaína y el alcohol, de forma externa por eso se genera la adicción de querer más de eso.
Volviendo a la generación positiva interna del neurotransmisor, genera la elevación de sensación de placer, poder, concentración, la percepción de un aumento de energía mental.
Se encuentra implicada en los circuitos neuronales de satisfacción, deseo, placer y movimiento.
Como actúa la dopamina
Cuando se detecta la recompensa, ese sistema puede señalar a los sistemas visual y motor y alterar así el comportamiento básico. En consecuencia, la próxima vez que aparece en el campo visual el color asociado con la gratificación, el sistema motor propende a posar en él creando más probabilidades de encontrar recompensa. Según Real, deben estar presentes dos aspectos fundamentales de la preferencia: «La mayor expectativa de ganancia se prefiere a la menor, y el riesgo menor se prefiere al mayor».
En el cerebro existe un producto químico llamado dopamina que está presente en casi todas las formas investigadas de deseo. Aunque la mayor parte de la investigación realizada en este sentido se ha llevado a cabo con drogadictos, las anormalidades del sistema dopamínico también se hallan presentes en los ludópatas, las personas que no pueden dejar de jugar por más que se endeuden.
Todas las formas de deseo, en suma, parecen ir acompañadas de algún tipo de disfunción del sistema dopamínico. La reciente investigación parece indicar que el deseo provoca cambios moleculares en el sistema dopamínico que alteran profundamente su funcionamiento. La dopamina desempeña un papel fundamental en la recompensa y en los sentimientos positivos que la acompañan. El deseo puede hallarse muy condicionado, el aprendizaje puede acabar convirtiendo estímulos u objetos anteriormente neutros en algo muy significativo.
Nuestra sensación de placer o disfrute disminuye al mismo tiempo que aumenta nuestro deseo hace que cada vez disfrutemos menos y deseemos más. Por ello, que seguimos deseando, pero cada vez necesitamos más para obtener el mismo grado de disfrute.
Sabemos que la privación puede determinar la tasa de neurotransmisores como la dopamina y, en consecuencia, influir sobre el desarrollo y la plasticidad del cerebro.
Comparación mamífera
Cuando los animales sienten curiosidad, el hipotálamo se activa y se produce dopamina, un neurotransmisor que produce una sensación de bienestar. El propósito de la sustancia es el de activar una determinada vía neural. Lo que nos hace sentir bien es la activación de la zona del cerebro encargada del deseo.
Esto nos pasa tanto con cosas como con personas con las que interactuamos. Por ejemplo si veo una persona que me gusta comienzo a generar dopamina.
Parece que la percepción de patrones lingüísticos aumenta a medida que lo hace la concentración de dopamina química en el cerebro. La dopamina también regula los humores e introduce un sistema de recompensa interno en el cerebro. Una mayor concentración de dopamina disminuye el escepticismo. Estabiliza el estado de ánimo.
La dopamina fluye en estos circuitos anticipándose a los hechos. Los flujos de dopamina se ponen en marcha con la simple expectativa de placer, aunque luego no se materialice.
Los neurocientíficos saben desde hace tiempo que las drogas, la comida, el sexo y otros estímulos de los que disfrutamos, como la expresión artística, provocan bienestar porque, al final del camino, todos estos factores maximizan los sistemas cerebrales de compensación. Nadie discute ya la existencia de circuitos neuronales de premio y motivación (recompensa).
Como la encontramos
En la base del amor romántico había, también, dosis significativas de secreciones hormonales de dopamina. Los experimentos confirmaron que, esta vez, el refranero popular acierta al decir que «con el amor no se juega» y, si se juega, hay que ser consciente de que no se trata de algo intrascendente. Se está hablando de un instinto básico que transcurre por los conocidos circuitos neuronales del placer, con el objetivo intermedio de ayudar a centrar en una persona todos los esfuerzos de seducción que, de otra manera, podrían desperdigarse sin alcanzar el objetivo último de la perpetuación de la especie.
Experimentamos la alegría de forma anticipatoria. En otras palabras, la anticipación de un resultado que deseamos hace que nos sintamos bien. Una investigación de Brian Knutson, de la Universidad de Stanford, nos muestra que solo con mirar un objeto que deseamos, en el cerebro se activan señales neuronales asociadas con la emisión de dopamina (un neurotransmisor que se libera cuando hay signos de recompensa). Los trabajos de Knutson sugieren que no solo obtenemos felicidad cuando conseguimos, recibimos o consumimos el objeto de nuestro deseo, sino que también lo hacemos de antemano. Es decir, que no solo nos contenta comer facturas, sino también quedarnos mirando en la vidriera.
Cuando tenés ganas de comer un helado. Ves el helado y tu cerebro empieza a segregar dopamina, y eso pone en marcha lo que llamamos los centros de recompensa del cerebro, que te hacen sentir bien. Sabes que el helado te va a dar placer.
Al mismo tiempo, el cerebro genera una cascada de hormonas estresantes para que consigas esa recompensa y ese placer cuanto antes. Por eso cuando nos apetece algo, ¡tiene que ser ya!
La neuróloga Kelly MacGonigal sugiere esta estrategia:
LA RUTINA:
- En primer lugar, fijarte en lo que deseas. Curiosamente, cuando sientas un deseo, si te centras en él disminuís la respuesta estresante del cerebro.
- Decile a tu cerebro «de acuerdo, podrás tenerlo, va a ser tuyo … ¡no te preocupes por ello! Pero será dentro de diez minutos». Esa es tu norma: espera diez minutos antes de ceder al deseo. El cerebro, cuando conoce las reglas del juego, se calma y frena la cascada de estrés que le causan los deseos. Durante ese tiempo, hace algo que te distraiga, ¡pone distancia entre vos y la tentación!
- Llama a un amigo, hace un poco de ejercicio, pone música… Así lograrás aminorar la tentación y estarás en mejores condiciones de tomar decisiones.
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