En alguna oportunidad, en otras columnas, hemos hablado del tema del cambio. No es que cambiar sea una obligación, ni mucho menos. Es una opción, no hay ninguna obligación de hacer algo que no queramos hacer. Pero lo que no tiene sentido es que nos quejemos de nuestra  situación y no hagamos nada para mejorarla. Es muy fácil decir que nos gustaría cambiar ciertas cosas o ciertas situaciones, pero es más difícil asumir el esfuerzo y el riesgo que ello conlleva. Y muchas veces caemos en un sinnúmero de excusas para evitar los cambios que nos mantienen cómodos y protegidos. Desde los clásicos “yo soy así”, “esta situación jamás va a cambiar” o “para qué cambiar, si así estoy bien”. La cuestión es que nos justificamos a nosotros mismos para, de alguna manera, no tener que mirar hacia adentro, para no hacer aquello que tememos. Vamos a hablar de hoy de las cuatro barreras que nos impiden cambiar.

La primera:

abandonar la zona de confort. La zona de confort sería todo ese abanico de comportamientos, actitudes y pensamientos en que nos sentimos cómodos, que sentimos cierta, para llamarlo de alguna manera, habituación a estar ahí. Es una zona en la que nos sentimos bien, nos da cierta seguridad. Cualquier cambio que hagamos, supone salir de ella, exponernos a la incertidumbre de qué nos encontraremos al salir de ahí. Porque muchas veces, la incertidumbre es algo que nos incomoda, ya que no podemos predecir lo que sucederá. Solemos hacer, como yo la llamo, una “Futurología negativa” de las cosas. Nos creamos escenarios mucho más tenebrosos de lo que luego son.

La segunda barrera

…es el miedo a la pérdida. Tenemos miedo a perder lo que tenemos. Numerosos estudios muestran que nuestro miedo a perder es el doble de intenso que nuestro deseo de ganar. Así que cuando tenemos que exponernos a una nueva situación (incluso cuando tenemos una buena probabilidad de salir ganando) debemos poder afrontar ese miedo a ganar y o a perder lo que ya teníamos. Obviamente el grado de temor variara según lo que esté en juego para ganar o perder. Pero cuando esté más o menos equilibrado, lo más probable es que optemos por no arriesgarnos. Preferimos conservar lo que ya tenemos.

La tercer barrera

…es el coste del error. Es duro ser consciente de que en muchas situaciones del pasado hemos tomado una decisión que  aunque en ese momento nos pareció acertada nos ha llevado a un resultado no deseado, y que para resolverla lo primero que hemos de aceptar es que gran parte de lo hecho nos puede servir de experiencia y aprendizaje, pero ya no nos sirve para seguir avanzando. Y que habrá que desecharlo aunque nos suponga una pérdida.

La cuarta barrera

…es lo que llamaría “la huída hacia adelante”. Es lo que se conoce cuando se suman todos los puntos anteriores y se produce esa huída hacia adelante. Una huida hacia adelante es lo que hacemos cuando, a pesar de tener claro que siguiendo en la misma línea obtendremos los mismos resultados esperando milagrosamente que se produzca algún tipo de variación. Es un mecanismo que lo hacemos inconscientemente, no nos damos cuenta de que estamos haciendo lo mismo, pero pensamos que tal vez necesitamos más insistencia. Es decir que creemos que el fallo ha sido que lo hemos intentado poco, entonces lo intentamos con más ánimo, con más fuerza. O esperamos que algo cambie a nuestro alrededor y se produzco, como por arte de magia, el resultado esperado. En este caso confiamos al azar la obtención del resultado o que otras personas hagan algo. El resultado es que seguiremos arrastrando el problema.

Existe en todos, en mayor o menor medida, el miedo a arriesgarnos. Pero la vida solo puede vivirse hacia adelante, a base de experiencias y cambios. Por eso, cuando te estancas, te detienes, no solo no avanzas, sino que en realidad retrocedes.
Te invito a continuar escuchando estas columnas, a desarrollar lo mejor de vos para poder así seguir maximizando tu liderazgo.