En el escrito iremos describiendo cual es la intención que tenemos cuando ejecutamos una acción.
Cuando escuchamos, lo hacemos tanto digital como analógicamente, esto es escuchamos las palabras y también escuchamos las acciones implícitas en el hablar. Escuchar estas acciones es sólo una parte de lo que escuchamos.
Cada vez que escuchamos una acción nos hacemos dos preguntas básicas. La primera es: ¿Para qué está la persona ejecutando esta acción? La segunda es: ¿Cuáles son las consecuencias de esta acción?
En nuestra interpretación nos respondemos a esa pregunta. Según como respondamos a estas preguntas, la misma acción puede ser escuchada de maneras muy diferentes.
Cuando escuchamos una acción, la identificamos, respondemos, de una u otra forma, la pregunta «para qué» se está ejecutando la acción. O, dicho de otra forma, «qué» lleva a alguien a decir lo que dice.
¿Cómo hacemos esto? ¿Cuáles son las suposiciones que hacemos cuando respondemos la pregunta?
Nos responsabilizamos de la pregunta «para qué» se efectúa una acción, suponiendo que detrás de ella están las «intenciones».
Encontraremos una intención tras la acción de una persona. Las acciones aparecen como respuestas a un propósito, un motivo o una intención. Y se supone que estas intenciones residen en nuestra conciencia o mente.
Este es un pensamiento de tradición racionalista. Una acción es considerada racional si corresponde a las intenciones conscientes que nos hemos fijado al ejecutarla.
Cuestionamiento del concepto de intención
¿Es la intención una acción en si misma?
Echeverría plantea que si. La acción que nos lleva a actuar es una acción en sí misma, y la podemos dividir regresivamente en forma infinita.
Conocida como «la falacia del humunculus» (palabra en latín que quiere decir pequeño hombrecito), en que suponemos que tras cada persona hay otra personita manejando el timón.
El tipo de pensamiento mágico de inicios de la civilización se basa en este supuesto. Estuvimos dando vueltas con esto bastante, como el perro que quiere morderse la cola. Sostiene acciones ejecutadas por individuos invisibles
El pensamiento científico que sobrevino al mágico nos permite poder realizar esta separación.
«… [el lenguaje] entiende y malentiende que todo hacer está condicionado por un agente, por un ‘sujeto’. (…) del mismo modo que el pueblo separa el rayo de su resplandor y concibe al segundo como un hacer, como una acción de un sujeto que se llama rayo. (…) Pero tal sustrato no existe; no hay ningún ‘ser’ detrás del hacer, del actuar, del devenir; el ‘agente’ ha sido ficticiamente añadido al hacer, el hacer es todo».
Frederick Nietzsche
Si la acción no puede separarse del sujeto, entonces ser y hacer son intercambiables, como lo son la acción y el sujeto. Somos quienes somos según las acciones que ejecutamos (y esto incluye los actos de hablar y de escuchar).
-Albert Einstein adoptó una posición similar. En una conferencia que dictó en Inglaterra sobre la metodología de la física teórica, dijo que si queremos entender lo que hace un científico no debiéramos basarnos en lo que él nos diría acerca de sus acciones. Debiéramos limitarnos a examinar su obra.
Cuando actuamos, cuando conversamos, estamos constituyendo el «ser» que somos. Nuestras acciones incluyen nuestros actos públicos y privados.
¿Podemos prescindir de nuestras intenciones? ¿Podemos darle un sentido al comportamiento humano sin presuponer una intención tras la acción?
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