Entender el modo en el que funciona nuestra mente puede resultar de gran ayuda a la hora de hacer que nuestras decisiones sean más efectivas. En el siguiente artículo describiré cuáles son los factores que ocupan un lugar predominante en el funcionamiento cerebral a la hora de decidir.

A veces decidir es simple; no hay mucho para pensar cuando, por ejemplo, vamos a comprar un abrelatas. Otras, el proceso es complejo y puede convertirse en una preocupación importante. Afortunadamente, el conocimiento previo y la experiencia reorganizan los circuitos cerebrales. Y además agilizan el proceso de toma de decisiones cuando estas son complejas; y lo mismo sucede con los mecanismos emocionales, que son mucho más potentes de lo que se creía.

En cualquier caso, pone en juego numerosos procesos cognitivos y emocionales que se activan por debajo del umbral de conciencia.

Las grandes decisiones

Cuando se toman decisiones muy importantes, aumenta el consumo de energía cerebral debido a la exigencia que recae sobre las funciones ejecutivas, que son las que necesitamos para resolver problemas de diferente complejidad y elegir una entre dos o más opciones. Esto provoca un efecto que se traslada al resto del cuerpo: terminamos agotados, como si hubiéramos realizado una actividad que requiere esfuerzo físico.

 

 

El papel de las emociones

Las emociones, y los cambios fisiológicos que se generan al momento de experimentarlas, quedan asociadas en el cerebro a la situación que se ha vivido, creando un patrón que resurgirá cuando se produzca una experiencia similar. Esto es llamado en neurociencia “marcador somático”. En una situación de peligro, por ejemplo, el miedo se manifiesta primeramente en forma de calor, palpitaciones y temblores; luego se afirma la conciencia real del miedo y su causa. Esto muestra que el cerebro genera respuestas emocionales no conscientes que se reflejan en cambios corporales. Estas respuestas guían el proceso de toma de decisiones.