Esta mañana, cuando me desperté, lo hice por unos extraños ruidos en mi ventana. Eran dos aves que estaban quizás buscando alimento o quién sabe. Una era más grande que la otra así que supuse que serían padre e hijo. Me acerqué a la ventana sin hacer demasiado ruido, me quedé observándolas y vi como a los pocos segundos ambas emprendían su vuelo perdiéndose en el cielo. Me quedé pensando en aquel vuelo, en lo maravilloso que debe ser esa sensación. Ahí mismo me acordé de un cuento de Jorge Bucay que hacía mucho había leído.

…Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:
-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes la obligación de volar, me parece que sería penoso que te limitaras a caminar, teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
-Pero yo no sé volar– contestó el hijo.
-Es verdad…- dijo el padre y caminando lo llevó hasta el borde del abismo en la montaña.
-Ves, hijo, este es el vacío. Cuando quieras volar vas a pararte aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y extendiendo tus alas, volarás.
El hijo dudó:
-¿Y si me caigo?
Aunque te caigas, no morirás, solo algunos machucones que te harán más fuerte para el siguiente intento– contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente le dijeron:
-¿Estás loco? ¿Para qué? Tu viejo está medio zafado… ¿Qué vas a buscar volando? ¿Por qué no te dejas de pavadas? ¿Quién necesita volar?
Los más amigos le aconsejaron:
-¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero… ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.
Subió a la copa de un árbol y, con coraje, saltó… Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero igual se precipitó a tierra…
Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre:
-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé y ¡mira el golpe que me di! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.
-Hijo mío -dijo el padre- Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse de un paracaídas, necesitas cierta altura antes de saltar.
Para volar hay que empezar corriendo riesgos.
Si no quieres, quizás lo mejor sea resignarse y seguir caminando para siempre.

Quizás alguna vez te hicieron esta pregunta: “¿quién necesita volar?” o “¿para qué malgastar tu energía en esto?”. Cuando mi hija era pequeña me preguntó “¿porqué vuelan las aves?” a lo que le respondí, “porque nacieron para eso”. Por eso hoy, en los primeros días de este año que comienza, te invito a preguntarte: ¿cuáles son tus alas? ¿hacia dónde te invitan a volar? ¿qué miedos te han mantenido en tus lugares seguros? ¿qué tan lejos querés volar?
El cielo es tuyo, y está ahí para volarlo.
Te deseo que tengas un año lleno de vuelos, que tus caídas hagan que tus plumas sean más fuertes y que en tu vuelo logres maximizar tu liderazgo.