Los tiempos eran difíciles, y Nasrudín decidió buscar un empleo regular.

Atraído por el dinero fácil, decidió convertirse en imam (En la religión islámica, persona encargada de presidir y dirigir la oración en la mezquita). Se enrolló un inmenso turbante alrededor de la cabeza y salió en busca de una mezquita. Visitó numerosas ciudades y lugares de culto, pero no tuvo suerte: incluso las zonas más remotas tenían ya un imam permanente. Cansado y hambriento, Nasrudín se detuvo en una casa de té en una pequeña ciudad al pie de las montañas. En la plazoleta que estaba enfrente se había reunido una multitud enfurecida. Preguntó, y el mulá se enteró de que el gentío había cogido un lobo. 

—El animal atacaba a nuestras cabras y ha causado muchos daños —explicó un campesino—. Persiguiéndolo por la ciudad, finalmente hemos conseguido acorralarlo. Estábamos discutiendo qué hacer ahora con él. 

Nasrudín desenredó su turbante, lo colocó sobre la cabeza del animal apresado y lo dejó libre. 

—¿Qué has hecho? —gritaron los asombrados espectadores—. ¡Ha llevado días atraparlo! 

—Le he condenado al peor de los castigos —contestó el mulá—. Que sufra el tormento de tratar de encontrar trabajo vestido de imam. 

De El mundo de Nasrudín – de Idries Sha