El miedo escénico es uno de los típicos inconvenientes que se le presentan a los actores y artistas de diferentes disciplinas, con fantasías perturbadoras antes de subirse a un escenario. La forma de apaciguar o reducir dicha problemática puede lograrse desdramatizando la situación y apelando a la mente sabia, que implica un control de la mente sobre el cuerpo.

La adrenalina desmedida

Los días previos a subirse a un escenario suelen generar una expectativa y una ansiedad significativa en los actores, músicos o bailarines, con un cosquilleo muy particular que crece a medida que se acerca el evento artístico. Si bien cada persona lo interpreta de maneras diferentes, con diversas ansiedades que varían según cada experiencia, personalidad o conducta psíquica, la adrenalina siempre está. Y el hecho de que exista es importante porque alimenta una pasión y una inquietud que, en dosis justas, funciona como un motor para el artista, con una energía y una fuerza que puede resultar beneficiosa. El problema ocurre cuando la adrenalina se torna desmedida o exacerbada, causando inconvenientes para concentrarse en otras actividades, con pensamientos constantes sobre el tema y hasta con dificultades para dormir.

 Los pensamientos negativos suelen entrometerse durante todo el día, hasta el cansancio, con típicas construcciones mentales que anticipan un “papelón”durante el evento, que resultará bochornoso y hasta catastrófico, con una participación tan lamentable que será tapa de todos los diarios y ocasionará debates nacionales al día siguiente.

 La capacidad de imaginación puede ser ilimitada y superar hasta los extremos más grotescos de lo absurdo. Pero en el instante que aparecen, uno las cree como ciertas o “lógicas”, dotadas de una gran coherencia teórica y argumental.

 Esto produce un desgaste y una tensión que se vuelve innecesaria, ya que no permite disfrutar la actividad que se hace por gusto.

Por eso, para concentrarse igual que en los ensayos o en aquellos momentos donde se lo hace con plenitud, hay varias opciones recomendadas, como ejercicios o técnicas diversas, aunque la más significativa tiene que ver con un cambio mental.

La importancia del cambio mental

La mente es fundamental para analizar cualquier aspecto o actividad de la vida. Las ansiedades y tensiones están vinculadas a pensamientos negativos, a una manera nociva de interpretar los sucesos que nos rodean. Así, los artistas padecen miedo escénico porque muchas veces no está incorporado el disfrute como parte esencial del hecho artístico, como algo imprescindible. Las raíces de esto se encuentran en un problema de índole cultural, ya que históricamente se ha devaluado y minimizado la concepción del goce o disfrute a una categoría inferior, como si sólo fuera importante el esfuerzo, la dedicación y el trabajo.

 El cambio mental para el artista tiene que ver con una modificación sustancial en relación al modo en el que se interpreta la actividad, apelando al arte de desdramatizar como valor predilecto.

El arte de desdramatizar

Una herramienta significativa para este tipo de situaciones donde aparece la ansiedad y la tensión es la de “desdramatizar”.

 Reducir a las esferas de un simple juego la participación artística, es decir, sentirlo de un modo irreverente, desfachatado y hasta atrevido, con una cuota de cinismo y falta de respeto a la situación (que no implica ausencia de compromiso ni de responsabilidad, sino que se inscribe en una perspectiva de restarle ese carácter tan melodramático o extremo) produce una sensación de alivio que tendrá beneficiosos resultados en escena.

 Si un artista está feliz mientras realiza su actividad, tiene garantizado un éxito. Porque eso se percibe y desde allí salen las mejores participaciones.

 Desdramatizar es un arte. Vivirlo así, disfrutar el momento, el aquí y el ahora, con la misma desinhibición que en la propia casa, es el camino y la verdadera meta artística. Se trata, para un cantante, de alcanzar la misma brillantez del canto en la ducha, algo que siempre ocurre porque no está en juego la supuesta reprobación escandalosa de un otro, con el temor al “ridículo” o al “que dirán”.

Transplantar el canto de la ducha al escenario es posible si se empieza a desdramatizar desde el discurso. Todo nace desde lo semántico, desde el poder que tienen las palabras, el fuerte significado que uno mismo le incorpora a los objetos.

Si al menos desde el punto de vista retórico se antepone un “¿Qué me importa?” a la tortuosa pregunta de “¿y si me abuchean y resulta un fiasco rotundo mi actuación?”, el cambio será eficaz.

 Por lo tanto, para reducir el miedo escénico es recomendable desdramatizar desde el discurso para adentrarse en un concepto fundamental para la psicología cognitiva: la mente sabia.

El concepto de mente sabia

La mente se divide en racional y emocional, expresiones que varían según una amplia variedad de factores y circunstancias. La racional es aquella vinculada con lo reflexivo, medido, estratégico, cauto, planificado, cerebral o prudente, características de suma importancia para la adaptabilidad de las personas en la vida cotidiana. Por su parte, la emocional se distingue por el impulso, lo primitivo, lo pasional, irracional o vehemente y tiene relación con las pulsiones humanas. Ambas mentes son trascendentes porque la pasión es uno de los motores de la vida pero sin reflexión no se llega a buen puerto.

 El problema que padecen los artistas con el miedo escénico es que hay un predominio excesivo de la mente racional por sobre la emocional y allí es cuando tiene que intervenir una tercer mente, la que puede calificarse como “optima” o “ideal”, que es la mente sabia. La mente sabia balancea la racional y emocional, es el equilibrio justo que las entrecruza, las ordena y las conecta funcionalmente.

 Así, alcanzando un control de la mente sobre el cuerpo se logra la plenitud requerida en la disciplina artística.

 Por lo visto, el miedo escénico puede resolverse. Todo tiene que ver con un cambio mental, con una reinterpretación semántica y un disfrute escénico que, gracias al arte de desdramatizar, modifica la visión que se tiene sobre el hecho.

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