La neurociencia, en todas sus ramas, estudia nuestro cerebro y su complejidad. Todo lo que nos hace humanos está en ese cerebro que aún nos supera, asombra y hace de las neurociencias una tarea de investigación infinita.

Procesos como la educación parten de bases neurológicas, transformándose a partir de determinados contextos y con la constitución de las relaciones sociales, en procesos socioculturales. De cualquier forma todo inicia, con la conexión entre neuronas. Más allá de los problemas económicos, de integración y todo lo que afecta a la educación a nivel sociedad, existen factores neurológicos que determinan el aprendizaje de cada persona. ¿Te gustaría saber que sucede en nuestro cerebro cuando aprendemos algo nuevo? ¿Y cuándo nos cuesta aprender?

Nuestro cerebro trabaja mediante un ciclo de aprendizaje que se puede generalizar, pero que como todos sabemos puede variar debido a que cada persona es un ser único.

Una de las teorías acerca de cómo aprende nuestro cerebro fue formada por James Zull[1], y consta de cuatro procesos que se llevan a cabo en diferentes áreas del cerebro humano.

El primer proceso se da en las cortezas sensoriales, como su nombre lo indica consta de la captación de información a través de los sentidos, como una primera experiencia del mundo exterior.

El segundo proceso consta de la significación de las experiencias, es decir,  realizar reflexiones y encontrar en nuestra cabeza una definición o un conjunto de características para aquello que estamos percibiendo. Este proceso se da en el lóbulo temporal, y lleva un tiempo determinado dependiendo de la cantidad de información.

En el córtex prefrontal tiene lugar el tercer proceso, consta de la creación de conocimiento a través de la abstracción y las relaciones conceptuales. Esta parte del cerebro se ocupa de la toma de decisiones y de ahí deviene su importancia, parte de la educación comunicativa consiste en el entrenamiento cerebral para la toma de decisiones productivas frente a los problemas cotidianos.

Por último, el cuarto proceso consiste en llevar a la práctica aquellas abstracciones, la corteza motora se encarga de aplicar lo aprendido en acciones físicas.

El cerebro es un órgano que podemos ejercitar toda la vida. Cuando aprendemos se ilumina, aumentan las conexiones sinápticas, y las ondas cerebrales pasan por diferentes partes del cerebro, estimulándolo. Continuar aprendiendo todos los días le otorga plasticidad a este órgano fundamental, y con ella aumentan las emociones positivas, la toma de decisiones más reflexionadas y el sentimiento de utilidad como ser humano, proceso que nos mantiene vivos psicológicamente.

Para el buen aprendizaje uno de los procesos más necesarios y que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, es la lectura. Tres regiones del hemisferio izquierdo de nuestro cerebro se ponen en funcionamiento cada vez que desciframos un texto: el área occipital, la circunvolución frontal inferior y el área parieto-temporal nos permiten la conciencia fonológica necesaria para la comprensión lectora. La conciencia fonológica, consiste en distinguir las unidades básicas de las palabras (las sílabas), y representarlas mediante un sonido en nuestra mente, logrando así la compresión total de una lectura de corrido.

¿Qué sucede cuando el proceso neurológico de lectura no se logra con eficiencia?

Cuando un niño no puede leer y comprender en su totalidad los conocimientos, sin estar hablando de causas económico-sociales ni de integración, posee lo que se conoce como “Dislexia”. Esta enfermedad, en parte genética y con motivos neurológicos es una de las principales causas de las dificultades de aprendizaje.

Adentrándonos de lleno en el tema, podemos comentar acerca de las teorías que surgieron para explicar las causas de la dislexia. Albert Galaburda[2] fue quien observó que en los cerebros de las personas disléxicas existía un patrón que puede ser la causa puntual. Las neuronas, células fundamentales del sistema nervioso, se encuentran “apoyadas” por lo que se conoce como células gliales, que cumplen funciones nutricias y de sostén. Galaburda observó que en el caso de quienes padecían dislexia, un grupo de células debiendo formar parte de la corteza cerebral, en el periodo de formación del feto, continuaron hacia la parte externa de ésta, formando lo que se conoce como “ectopia”, es decir una anomalía en la que neuronas y células gliales se agruparon en el lugar incorrecto.

Se estiman causan genéticas debido a que quien “dice” a donde es que debe estar cada neurona son los genes, por lo que debería haber una falla de orden genético para que esto suceda. Según estudios de Galaburda, esa falla estaría presente en el cromosoma 15.

Estas afecciones provocan la disminución de la activación de las regiones involucradas en los procesos de lectura, ralentizando o incluso impidiendo la compresión, el habla fluida, y la escritura de producción propia.

¿Qué hacer cuando se detecta la dislexia?

Es importante que los docentes se fijen en las dificultades de los alumnos y los alienten a aprender haciéndoles sentir que todos somos inteligentes.

Cuando el docente o incluso los padres detectan fallas en la lecto-comprensión, probablemente la mejor opción sea acudir a un psicopedagogo para descartar problemas, y si de dislexia se tratase comenzar con un tratamiento. No es reversible, pero como dijimos anteriormente nuestro cerebro es totalmente entrenable, y con esfuerzo podemos modificarlo.

Esto sirve tanto para la dislexia como también para la vida en general, conocernos y trabajar en lo que nuestro cerebro produce, es un proceso de educación personal valiosísimo.

Las múltiples posibilidades y la infinidad del cerebro humano jamás dejará de sorprendernos. Todos los procesos sociales, como educar y aprender parten de  cada neurona y su sinapsis, por lo que trabajando cada uno acerca de cómo actúa y aprendiendo a aprender, mejoraremos indudablemente las relaciones sociales y la educación en sí; dando fe que muchas cabezas piensan más que una.

[1] Dr. James Zull, profesor de biología y bioquímica- Autor de “The Art of Changing The Brain” (2002)

[2] Albert Galaburda, profesor de la Universidad de Harvard.

 

Redactora: Paula Cuheito

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