Superarse, mejorarse día a día.

Si se trata de obstáculos, dificultades, problemas, inconvenientes y penas, la mayoría de los seres humanos hemos vivenciado cada uno de ellos. Claramente en la perspectiva de un indigente la supervivencia del alimento, techo e indumentaria resultará casi inevitable pero también para un joven que está cambiando de empleo o quien esté atravesando la enfermedad de un amigo o familiar, todo desafío o problema le representa miedos, angustia, desconcierto o temores.

Entonces, no quepa duda que en el transcurrir de la vida, el individuo enfrenta estas vicisitudes, y por cierto, muy diversas. Ahora bien, como afirma la profesora de la Licenciatura de Psicología, Marian Durao, (…) es interesante subrayar que no todos los eventos negativos se convierten en acontecimientos traumáticos para las personas que los experimentan o presencian”.

 Por ende ¿de qué modo los factores externos y los ambientales juegan un rol fundamental en el desarrollo cognitivo, emocional y perceptivo de cada uno de nosotros? ¿Qué capacidades, oportunidades o destrezas podemos configurar entre nuestro sistema psíquico y emocional para que lo negativo no nos afecte en demasía o si nos afecta, podemos cambiar el foco y pensarlo como una oportunidad, una nueva “aventura”? Para esto, “el psicólogo Norman Garmezy de la Universidad de Minnesota entrevistó a miles de chicos durante las últimas décadas que sufrieron estrés y dificultades.

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Garmezy logró un profundo entendimiento de esta aptitud de recuperación.[1]” Entonces en este momento estamos aptos para hablar de la resiliencia. El concepto deriva del latín “saltar de nuevo” como una oportunidad para reflexionar sobre las capacidades de logros y la recuperación ante la adversidad. Es decir, como indica una página web titulada “El camino a la resiliencia”[2]; inicia una pregunta sobre cómo nos adaptamos y ¿qué nos permite adaptarse? Es importante haber desarrollado resiliencia, la capacidad para adaptarse y superar la adversidad. Ésta se aprende en un proceso que requiere tiempo y esfuerzo y que compromete a las personas a tomar una serie de pasos.

Enumeraré las que considero más importantes:

Establezca relaciones: Aceptar ayuda y apoyo de personas que lo quieren y escuchan, fortalece la resiliencia. Algunas personas encuentran que estar activo en grupos de la comunidad, organizaciones basadas en la fe, y otros grupos locales les proveen sostén social y les ayudan a tener esperanza.

Muévase hacia sus metas—Desarrolle algunas metas realistas. Haga algo regularmente que le permita moverse hacia sus metas, aunque le parezca que es un logro pequeño.

Cultive una visión positiva de sí mismo—Desarrollar la confianza en su capacidad para resolver problemas y confiar en sus instintos, ayuda a construir la resiliencia.

Lleve a cabo acciones decisivas—En situaciones adversas, actúe de la mejor manera que pueda. Llevar a cabo acciones decisivas es mejor que ignorar los problemas y las tensiones, y desear que desaparezcan.[3]

Claro, los ítems resultan comprensibles pero lo difícil es llevarlos a la práctica. Pensaba en una dificultad que se me presenta hace algunos meses, con respecto a la actividad física. Mi caso es de una atleta frustrada, cuando era adolescente competí por atletismo, pero nunca lo desarrollé como hábito. Siempre me pareció interesante “correr” y hoy día hay una cultura pro-running muy difundida, por cierto. De hecho, el estilo de vida del runner es algo muy representativo para mí, pero honestamente mi meta es correr tres kilómetros y después de varios meses aún no lo he logrado. Tal vez si emprendiese la actividad con un grupo, sociabilizase y compartiese mis dificultades por ejemplo, con la respiración encontraría más placentera la actividad y ganaría nuevas relaciones sociales. Yo también quisiera ser más resiliente, emprender más actividades, sociabilizar, compartir mis experiencias y aprender de los otros. Por esto, elegí el tema en esta nota, porque la capacidad de aprender mientras los problemas están aconteciendo, resignificar lo traumático y vivir en el presente, en el aquí y ahora, es una asignatura pendiente cada uno de los días.

Sin duda, numerosos estudios señalan que el optimismo, el sentido del humor, la conexión con otros y el hecho de afrontar positivamente y activamente los problemas favorecen el desarrollo de la resiliencia.

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Comparto también un pequeño tip que me enseño una amiga, apenas te levantes, me dijo: “Sonreí”. Sonríe con la boca pero también con el estómago porque eso ayuda. Y hoy, o mejor dicho, de vez en cuando lo hago, y les aseguro que el día comienza de otra manera. También la sonrisa y reír colabora con nuestro sistema inmunológico, nos relaja y funciona como activador de lo positivo.

Para finalizar, les dejo una cita de Benjamín Franklin: “La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días.”

[1] Revista La Nación, Colegios y Jardines, Jueves 6/10/2016

[2] Camino a la resiliencia, página web.

[3]

Maria Juliana Calbeyra
Profesora en Enseñanza Media y Superior
en Ciencias de la Comunicación
( UBA )

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