Siempre he sido una soñadora, fiel creyente de que los mensajes más fuertes se encuentran guardados en mi corazón esperando a ser descifrados. Y así como están en el mío, deben hallarse en el tuyo, en el de todos. Mi creencia siempre se basó en el romanticismo y en el clásico cliché de que hay que escuchar a nuestro corazón.

Me permito hablar así más cerca del que lea porque el tema lo amerita, vengo a contarles un poco que nuestro corazón y nuestro cerebro (aunque a veces sintamos que van para distintos lados) están muy relacionados.

Cómo toda teoría siempre hubo un primero que imaginó lo que en principio fue una locura, en este caso, Aristóteles se equivocó pensando que nuestro cerebro era el radiador de la sangre caliente que transportaba nuestro corazón luego de pensar. Eso sí, vale aclarar que es un muy buen ejemplo de cómo los errores abren puertas, hoy la comunidad científica investiga que aunque no sea un radiador, de verdad nuestro cerebro “charla” con nuestro corazón.

Tiene una explicación lógica, y desde que la leí para escribirles a ustedes no dejo de pensar en cómo mi cerebro le dice a mi corazón que me haga reaccionar. Entre tantas partecitas aún desconocidas que tenemos en la cabeza, existe una  llamada “ínsula” basándome en la explicación de Luciano Sposato[1], es una islita que funciona como aeropuerto en nuestro cerebro. Miles de conexiones salen e ingresan a ella, entre el cerebro mismo y lo que más nos interesa ahora, entre varios de nuestros órganos. ¿Quieren saber cuáles?

Sí, el corazón y el intestino (entre otros). Podríamos explicar así cuando nos duele la panza por “nervios”, o las mariposas al ver a esa persona que nos gusta tanto.

Lo más interesante (y a nivel médico) es que el corazón no es sólo un músculo muy entrenado, tiene su propio “cerebro”. Posee neuronas encargadas de algunas funciones básicas (como el control de los latidos) y por supuesto de escuchar a su jefe.

Algo parecido sucede con el intestino, que se encuentra conectado con el encéfalo y tiene una gran red de neurotransmisores a su alrededor e incluso moléculas idénticas a las del cerebro.

Esta conexión cabeza, panza, corazón se la conoce científicamente como cerebro entérico. La palabra que lo denomina hace alusión a los intestinos, siendo este nuestro segundo cerebro, sumándosele un tercero (el que late todo el tiempo) desde investigaciones más actuales, y con 40000 neuronas en funcionamiento.

Me interesé por saber cuándo trabajan juntos estos tres cerebros,  y me encontré con que en la toma de decisiones, el estrés y por supuesto (lo que más me gustó a mi) cuando nos enamoramos están íntimamente relacionados.

“Tengo una corazonada”, “Me da la sensación”, frases como éstas pueden reflejar que sin darnos cuenta hemos estado escuchando a nuestro corazón, según estudios científicos, el muy inteligente sabe antes que nos hagamos conscientes cuales son las decisiones más favorables que podemos tomar.

Cuando nos enamoramos, para sorpresa de todos (o al menos para mí) en realidad lo hacemos con el cerebro. Al ver a la persona que amamos se iluminan partes específicas de él, sobretodo la ínsula. Asique teniendo en cuenta esto de que nuestras palpitaciones aumenten al estar enamorados, es una consecuencia de aquello que procesa nuestro cerebro como “amor” y no porque nazca de nuestro corazón.

El estrés provoca también una reacción dispuesta por el cerebro en los latidos de nuestro corazón.

Entonces podemos concluir que nuestro corazón siempre está queriendo decirnos algo, funciona como una alarma, o por decir un ejemplo, como un whatsapp del cerebro.

La pregunta es ahora ¿cómo escuchamos a nuestro corazón, se puede?

Además de que es posible, hay un gran número de personas que nace con la capacidad de hacerlo, y no sólo de leer al corazón sino a todo nuestro cuerpo.

Esta capacidad recibe el nombre de Interocepción, descifrar los mensajes que nuestro cuerpo nos brinda constantemente nos permite evitar momentos de estrés pico, que son el problema más grave debido a su influencia en enfermedades como el ACV (accidente cerebrovascular), infartos, problemas cardíacos o neurológicos.

Para averiguar si tenemos esta capacidad basta con cerrar los ojos, y sin tocarnos el pecho, tratar de sentir los latidos del corazón.

¿Qué sucede para aquellos que no nacimos con la capacidad de escucharnos?

Tenemos que quedarnos tranquilos, existen técnicas milenarias que permiten mediante la meditación y la concentración, conectarnos al fin y al cabo con nosotros mismos, nuestro “yo” interno o biológico.

Una de estas técnicas más difundidas científicamente, es el Mindfullness. Consiste en hacernos conscientes a través de la meditación profunda de todo lo que nos rodea, sentimientos, emociones, sensaciones, pensamientos y a cada momento.

En fin, me parece que mi abuela, las películas de Disney, los poetas tienen razón y hay que dejarnos llevar, el corazón (y el cuerpo de pies a cabeza) te guía y probablemente si aprendemos a escucharlo hacia el mejor de los lugares.

[1] Neurólogo; Orador Tedx Río de la Plata 2015

Redactora Web: Paula Cuheito

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